viernes, 21 de junio de 2013

El carrito demodé


 
Había una vez un carrito precioso que vivía en la puerta de sastrería. Su estructura pintada de blanco se había descascarillado con el tiempo y ahora parecía un pobre cacharro abandonado. Sin embargo aún lucía un vistoso raso azul con unos lazos que conformaban una preciosa cesta contenedora.

Él no recordaba cómo había llegado hasta allí pero tenía claro que ahora era un objeto demodé. El único objetivo de su vida era ayudar a estilistas y sobre todo a sastras (su gran debilidad) a transportar ropa y zapatos de un lugar a otro. Durante su vida había recibido varios nombres: el papamóvil, el sastramovil, el carrito de los helados Sin embargo hacía ya un año que apenas salía a recorrer los pasillos de Antena 3.

Recordaba una sastra que lo quiso de verdad. Por las mañanas lo subía a la mesa y cuidadosamente retiraba los hilos enganchados de sus ruedas. Después lavaba la cesta de raso y se la volvía a poner con esmero. Lo paseaba por todas partes e incluso, a veces, le dejaba pasar la noche en algún camerino. Era lo primero que recogía por la mañana y se enfadaba mucho si otra sastra se lo quitaba. Algunas se peleaban por él, pero cuando esta sastra se fue la vida del carrito cambió.

De las cuatro que quedaron tan solo había una que lo usaba. Las otras decían que parecía un carrito de feria, que le faltaban las luces y el espumillón. Alguna, incluso, se negó absolutamente a ser vista con semejante aparato. Y era verdad que llamaba la atención, eso no se puede negar.  Por lo que le había parecido entender escuchando las innumerables conversaciones que inspiró, ser visto con él significaba algo así como degradar la profesión de quien lo llevara.

Y entonces fue cuando se dio cuenta de que el problema no era suyo si no de las sastras. En algún lugar de sus conciencias había un sentimiento de no ser suficientemente valoradas. Había una línea demasiado delgada entre lavar, planchar y coser la ropa de los demás y el servilismo. Por eso ellas intentaban destacar trabajando duro, haciendo grandes transformaciones en la ropa, siendo resolutivas y profesionales. Pero detestaban agacharse a atar zapatos delante de otras personas. Eso no es una sastra, decían, eso es un mayordomo.

Por eso el carrito decidió liberarse de aquella carga. No era un problema exclusivamente suyo el no ser valorado como debía. Dejó de añorar el pasado y comenzó a observar la vida del premontaje, a la gente que pasaba por allí con prisas y se preguntaba qué sería aquel aparato de raso azul.

1 comentario:

  1. muy bien llevado,un buen homenaje para las sastras...siempre en las trincheras,con su trabajo vistoso..pero sin ser vistas...enhorabuena!

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