Durante mis primeros días en sastrería el televisor siempre
estaba encendido y con sonido. Las chicas discutían alrededor de la mesa de corte si
era o no justa la condena de aquel, si creían que el invitado de turno decía la
verdad, si la madre que lloraba a su hija en directo parecía destrozada o fría
y por tanto culpable… Todo es debatible en sastrería, eso es una regla universal.
Yo venía de un lugar donde trabajábamos con música de fondo, con
los roncanroles de Nacho, los hits de Estefi, los reggaetones de Alberto, los
clasicazos de Luisón o las listas para cada ocasión de Dani. Se conversaba de lo buena que estaba aquella o de viajes y aventuras pasados y venideros. Los días discurrían entre risas y
videos de Youtube, y al marchar llevé conmigo parte de aquella alegría Videoreportera y de sus costumbres.
Llegar a Antena 3 y sentarte en tu puesto de trabajo. Frente
a ti la pantalla de un ordenador. Sobre tu cabeza
un televisor con esa incansable voz anunciando desgracias, recetas o paneles
del espectador. Las chicas conversan de los niños, de operadas, de
rencillas, de los buenos tiempos en la tele, de la crisis, del paro y de las
externalizaciones. Otra generación, pensé, con otros problemas.
Empecé a poner música poco a poco y a pesar de la
resistencia inicial acabaron por aficionarse. Pinché grandes éxitos de Led
Zeppelin, de Deep Purple o Janis Joplin pensando que los 70 podían ser nuestra
década en común, pero el experimento acabó cuando Janis fue comparada con un gato moribundo. Entonces nacieron las peticiones del oyente.
Sorprendidas por que pudiera sacar del ordenador cualquier
canción que estuviera en sus mentes con solo canturrear un poco comenzaron a
pedirme los temas de sus guateques. La música descubrió sus juventudes y
sastrería se llenó de historias antiguas y recuerdos. Afloró la Carmen soñadora
de Bob Dylan y Serrat, la Patri rockera de Los Burning y Springsteen o María
Jesús y las canciones populares. Las había con gustos más actuales como Paz. Las
había místicas como Bego. Las había melómanas como Beni. Las había fiesteras
como Sagrario, a quien le valía cualquier cosa que se pudiera bailar.
Y me di cuenta de que en el fondo no eran ellas las
marcianas si no yo, que había aterrizado con mis 22 años, mis vestidos de
flores y mi música antigua.