Septiembre. Mes de aterrizaje forzoso, de sobredosis
de realidad. Te desperezas y poco a poco se desprenden los modos estivales, las
comilonas, el dormir, los paseos, el sol, el tiempo libre. Cuando te quieres
dar cuenta vuelves a estar sentada frente a la voraz pantalla del ordenador, y
aquellos marrones de los que te quisiste deshacer en julio te esperan en la
puerta para recibirte haciéndote la ola.
En la tele septiembre también es un mes de
cambio. Nuevos fichajes para vestir, nuevos decorados, fotos de prensa para
presentar la nueva temporada... Se marchan de las pantallas los colores vivos,
los vestidos sin mangas, los tejidos finos, y son reemplazados poco a poco por
aquellas prendas que olvidamos en marzo. Vuelve la lana, el punto, el granate y
el gris. Vuelve el mundo a su rutina y cada mochuelo a su olivo.
Después de las vacaciones queda ese tiempo para el
reajuste y recordamos poco a poco dónde estaba la ropa de cada quién, y las
manías de unos y otros. Las becarias (nuevas y antiguas) se han quedado
guardando mi sitio, enfrentándose a todos los imprevistos con un tesón y
capacidad resolutiva increíbles. Se ríen cuando les digo que se me ha olvidado
la contraseña del ordenador pero dicen que no les extraña. Nada como una
desconexión total.
Tras los primeros días parece que no te hayas ido
nunca. Las mesas ya no te parecen más bajas, y vas cogiendo el ritmo y llenando
el cuaderno de tareas que nunca acaban. Vuelven las bolsas llenas de ropa, los
arreglos, las prisas y las risas al rededor de la mesa de corte. Sastrería está
llena de ropa y gente, en su salsa. En los pasillos de Antena resuenan los
reencuentros.
Da gusto volver a ésta casa.
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